jueves, 10 de noviembre de 2011

Caperucita Roja.




Lo de los callejones oscuros no es una leyenda urbana. Existen, y los hay especiales para las niñas de trece años...

Rosa fucsia y volantes, seguro que los zapatos, de incipiente tacón, haciendo juego. Y ese exceso de maquillaje de los primeros días de la adolescencia que en vez de aumentar el paso del tiempo evidencian aun más la niñez, exarceba la condición de Lolitas...

Y como contraste la noche, ésa que viene por defecto sin lentejuelas, las estrellas tampoco son lentejuelas, hay veces, y sitios, donde las estrellas no brillan, y la luna no hace sino acrecentar las sombras.

De fondo el hartazgo, el cansancio, el agotamiento de una juventud sucia. Como explicación el entorno, la semilla que debió malograrse pero cuajó y creció sin otra opción que hacerlo torcida, como un sarmiento dolorido.

Mal encuentro, mal tropiezo, mala búsqueda, malos hábitos, éste tampoco va a procurar que su vestido siga intacto. Éste dará paso a otros, a los asientos de cuero, otro color, quizá ahora ya no haya volantes, pero sigue habiendo exceso de purpurina en las mejillas; y a éste, otro más.

La muleta no es garante de su "seguridad", no respetará ningún papel premeditado, ni siquiera el de niña mala que ya no cree en el color rosa, ni en los volantes...

El callejón acabará convirtiéndose en la antesala de un burdel, en el pasillo interminable de una de sus películas, en un lugar de encuentros, de nervios, de confesiones inútiles y alentadoras, de revulsivo, de infinitud, de casi horror.
 

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