Como uno de tantos Lázaros ciegos,
arañando sin uñas,
con la boca llena de barro,
incapaz de despertarme de nuevo,
incapaz de volver a caminar sobre los muñones.
Abrirte en canal,
donar las vísceras un rato,
exhibir impúdicamente la laringe,
hacer bailar un tango a las cuerdas vocales,
conseguir ángulos imposibles,
dolerse,
rezar por perder la voz,
un dolor de cabeza punzante,
una imposibilidad de seguir,
suciedad,
lágrimas,
ojos tapados,
ausencia de luz,
posturas explícitas,
morirse un ratito.
Porque sí,
porque quiero,
porque me da la gana.
Y cuando se estanca el aire
eso es el sexo.
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Me enamoré de quien no debía,
sueño con quien no debería,
recuerdo cosas que deberían estar muertas...
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Sonrisa amarilla,
erecta,
muda.
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Lascivia...
Despacio,
silabeando,
vuelves a leer
lascivia
hasta que pierde el sentido.
La cosa comenzó como empieza a surgir una burbuja, soplas, crece, soplas, crece, pero si sigues soplando, explota.
Y allí estaba yo, quieta y contemplando aquella escena con los brazos en la cintura. Y ellos, tumbados al sol, con los hombros desnudos y dejando que sus ombligos asomasen entre los pliegues de sus abultados abdómenes.
Decidí caminar y mis pechos danzaron en el aire, quise desnudar mis hombros pero mi ombligo ya no existía. Cansada, me tumbé en el asfalto caliente y el sol empezó a hurgarme, buscando siempre mi perdido ombligo.
La luna que no acababa de salir, tampoco tenía ombligo, ni desnudaba sus hombros, pero tumbada como yo, alumbraba millones de estrellas.
Pero no era ni cielo, ni noche, era una espalda ardiente al contacto del insufrible suelo.
De pronto no hubo escena que mirar, ahora era yo la protagonista, y brotaban bambalinas descarnadas a mi alrededor.
Mi búsqueda acabó por parecerme ridícula, nadie busca un ombligo, y yo volví a amordazar mis hombros.
Mis pechos, ya quietos, siguieron apuntando al cielo con los ojos muy abiertos.
Dejé de desear encontrar aquéllo que no sabía si alguna vez tuve.
Y acabé, con los hombros mudos, mis pechos tristes, y un pequeño ombligo que pugnaba por salir de mi sombra y alcanzarme
Una urraca sobrevuela mi morada amarilla y miles de zoológicos rozan mi entrepierna.
Abro mucho los ojos y pienso que sonrío escuchando el laúd que suena en el tejado.
¿Qué es esto?
¿Qué más da?
No importa.
No me acuerdo.
Mastico,
me atraganto.
Y sigo sin acordarme,
y sigo tragando.
El pico del tucán me invita a pasar la noche,
pero lo siento, la mañana se ha quedado fría.
BAZOFIA IV
El crepúsculo se adentra en mis oídos y tu luz triangular me embriaga por completo.
No íbamos recorriendo montañas, sino valles profundos,
y recogiendo rosas,
y criando malvas.
Tendimos a secar mi alma mojada por tu sudor, pero sólo pude recoger un ligero aroma.
Ya no quedan labios,
ni muslos,
ni carne,
sólo quedan uñas y dientes,
huesos rotos por una furiosa carga de vibraciones.
Y los sentidos confluyen en un único punto,
no se contraían los músculos por la rabia.
El arco del triunfo ya no está inerte,
pero se cimbrea con tristeza.
Los lagrimales húmedos,
la superficie seca,
los cuerpos jadeantes,
y mi aliento no encuentra una postura cómoda.
BAZOFIA V
Las persianas se bajaron lentamente y tu boca pétrea decidió mirarme sin tregua.
Alcancé a ver tus manos en mi cuerpo,
ennegrecidas.
Y la aguja de tu alma empezó a arañarme los oídos.
Las pisadas acabaron siendo ecos que se alejan,
me atruenan,
despacio,
brutalmente.
Mi miedo,
mientras me posees,
no ha hecho que sientas mi seno de diferente forma.
Tendida en el lecho, la calma me hace daño,
lo siento,
no sé fingir una sensación extraña.
Yo vuelo por un cielo sin forma,
mi arcoiris se quedó ciego.
BAZOFIA VI
Elucubraciones de una mente enferma.
Sondeos psicológicos al borde de una nada infranqueable.
Pensamientos retorcidos que devanean en mi cabeza.
Soledades corruptas,
sufridos silencios acompasados.
Y me abrasan mis necedades,
esas que pasan de la intuición a descubrirse en un eterno comienzo que siempre vuelve a lo mismo.
Un cuerpo deforme para un sentimiento uniformado.
Ardiente incertidumbre.
Posesión semental,
incansable.
Y mientras, los actos puros se pasean avergonzados por unos cada vez más fríos senderos.
La normalidad pretende invadirme mientras mi cuerpo se debate en una sacudida de párpados temblorosos.
Todo acaba marchito al son de un agobiante trompeteo.
BAZOFIA VII
Me bulle en la cabeza,
en las sienes,
a veces me baja hasta las caderas.
Me oprime el pecho
y me ahoga los ojos.
Arrastra los talones
por el infierno,
y calienta mi espalda.
Y espero pacientemente en este mi mundo sin sombras
a que se aneguen de cieno mis labios.
Me amarillea,
me recorre gritándome el cuerpo.
Sigo haciendo el amor con un fantasma
que me aureola de espinas
y gime dentro de mí
hasta partirme el alma.
BAZOFIA VIII
La Virgen María yace inerte sobre un muro muerto,
y un pájaro la contempla,
la mira provocando su eterna risa.
La luz anaranjada rebosa la imagen,
y el sonido de una mariposa blanca me ensordece.
Me acostumbro a reconocerme a la luz de una única vela
e intento reflejarme en el espejo.
La oscuridad al fondo,
quizá hasta estrellas,
y sobre todo grillos,
y mosquitos.
Mientras,
siento que el gran hipopótamo baila sobre mi hinchado vientre.
BAZOFIA IX
Y me miran, como un montón de perros alelados con su cara llena de nada.
Me convierto en un yunque.
Ahora son las margaritas orondas las que revolotean por mis sienes.
Podredumbre,
néctar corrompido.
La mandíbula crispada,
las manos empobrecidas
y un humo intenso que enturbia la estancia.
Instantes que no cesan,
horrores que no se acaban.
Al final cincelo en el vómito,
un ojo que no se despierta.
BAZOFIA X
Me desnuqué mirándote,
imaginándote.
Te me morías pegado a mi bazo,
incólume.
Y arrancamos
juntos
sin mirarnos apenas.
Sin sabernos,
sin suerte.
Te me escurres
te me vas,
gracias a Dios desapareces.
BAZOFIA XI
En aquellos momentos abría la boca sin saber muy bien la razón,
y daba vueltas imaginarias mientras soñaba tocar el piano,
¿por qué?,
las piedras eran demasiado grandes
y los muros demasiado altos.
Mis ojos llegaron a no escupir otra cosa que no fuera el orín de aquellos mudos pintados...
Y sigo trazando bosquejos ridículos a propósito de no qué realidad,
porque todo se tergiversa y se pierde en un humeante vaivén de encajes muy rojos.
Hoy acabo fijando la vista en un punto que se cimbrea al son de algo que no consigo oír...
El piano ya no suena por mucho que me exprima el pecho, y es que el fango sigue cegándome los ojos,
ésos que se mueren por parpadear.
BAZOFIA XII
Me bulle en la cabeza,
en las sienes,
a veces me baja hasta las caderas.
Me oprime el pecho
y me ahoga los ojos.
Arrastra los talones
por el infierno,
y calienta mi espalda.
Y espero pacientemente en este mi mundo sin sombras
a que se aneguen de cieno mis labios.
Me amarillea,
me recorre gritándome el cuerpo.
Sigo haciendo el amor con un fantasma
que me aureola de espinas
y gime dentro de mí
hasta partirme el alma.
BAZOFIA XIII
El estómago tiembla
y la mandíbula se me endurece,
mi frente se arruga.
Me duele
Me duele
Me duele.
Lo hice mal,
lo sigo haciendo mal.
No hay nadie.
BAZOFIA XIV
Y no había una vez,
siempre fue mentira,
para engañar a las niñas,
para tranquilizar a sus padres,
para acallar conciencias,
para restituir el equilibrio,
para morirse a poquitos,
para limpiar lágrimas manchadas,
para poder levantar las cabezas,
para encorajinar la testuz un momento,
para hacer momentos,
para finalizar las escaleras,
y los tejados,
y las chimeneas,
y devolverle su cara a la luna,
y buscar ombligos,
y restaurar pliegues,
y hacer columpios,
y mares.
BAZOFIA XV
Hijos de puta con puntos suspensivos,
hijos de puta escondidos,
hijos de puta camuflados.
Incluso hay hijos de puta que se disfrazan de camaleones.
BAZOFIA XVI
Y mis manos no estaban muertas,
no lo estaban.
Ni siquiera para ti,
pero no fuiste capaz de soñarlas.
BAZOFIA XVII
Y a empujones
parí un poema.
Un poema sucio,
arrugado.
Un poema
mi poema
tu poema.
Parí un poema
que tejía vidas
y no-muertes
y no-sonrisas.
Y de pronto
me di cuenta
de que se movía.
BAZOFIA XVIII
Y las escaleras dejaron de moverse al son de mi cintura,
y a las sonajas se les cayeron los cascabeles.
Y a mi sonrisa tu carmin.
Mi boca perdió tus dientes
y entonces,
me sentí aliviada.
Y al caminar
sonaban mis tobillos,
de nuevo,
orgullosos.