Tengo aquí el martillo,
a la derecha de Dios Padre,
encima de un montón de cuentos,
cerca del gato,
haciéndole compañía a mis perfumes,
invocando a la ropa sin planchar,
hermanándose con las tijeras,
intentando acallar la larga lengua del celofán,
lamiéndome la mirada.